Por Martín Cruz Rivera
Uno de los
paisajes bíblicos que más despierta mi interés, es aquel que narra la épica y
larga lucha que tuvo Jacob con Dios durante la noche y hasta los primeros rayos
del amanecer.
Después de
consultar diversas fuentes, sobre este episodio crucial de las sagradas
escrituras, con el propósito de alcanzar la compresión más cercana a su
mensaje.
En un día
normal de calor apenas me quede dormido sobre el piso del suelo, para despertar con el canto, "Nadie te ama como yo”, que Martín Valverde intercalaba con frases inspiradas,
y que al llegar a la zona más alta de su interpretación, envuelto en la
atmósfera propia de la música, decía, peléate con Dios como Jacob.
Dile, Señor
tu conoces todos mis secretos pero escúchame.
Señor tú lo
sabes todo pero atiéndeme, manifiéstate.
No hay que olvidar
que Jacob el segundo hijo de Isaac y Rebeca, fue un suplantador como su
significa su nombre, al engañar a su padre haciéndose pasar por el favorito Esaú,
el fornido, velludo y hábil cazador primogénito.
Sabemos por el
Genesis que su madre contribuyó para que recibiera la bendición de su Padre,
pero faltaba la más importante la de Dios la que consiguió en esa pelea
nocturna, no sin antes sufrir la dislocación de su cadera por la cual cojeo por
el resto de sus días, así también el cambio de su nombre Jacob por el de
Israel, la del suplantador por el que lucho con Dios.
Pienso al
mismo tiempo que considero no tener la verdad absoluta, que la larga batalla de
Jacob con Dios, es la lucha de todos por alcanzar esa bendición, que nos
acerque más a Dios, que nos sane, que restaure a nuestras familias, que ayude
en nuestras economías, que nos de la paz, que proteja a nuestros, hijos, que
nos ayude ante los malos tiempos, que sea el combustible para alcanzar esa meta
que siempre se nos ha negado, que llene finalmente nuestra existencia y nuestra
razón de ser en la vida.
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